Ningún amor debería ser liviano por las consecuencias que puede causar. Aún así, lo hay. Cuando estamos con alguién, sea por deseo, curiosidad, capricho, pasión o para dar una oportunidad al amor, interferimos directamente en su vida. Y él o ella en la de nosotros.

Cuando somos jóvenes, nos entregamos al amor como si descubrieramos el paraíso. Decimos que es para siempre con la ingenuidad de quien no sabe cómo es amar. No creo que eso sea una mentira. Pueda que sea por el desconocimiento que antecede el descubrimiento.

Con el pasar de los años, aprendemos que el amor de nuestra vida puede ser el de la próxima relación. Y encuanto vamos entendiendo lo que es realmente bueno para nosotros, vamos nos enamorando y viviendo experiencias. A veces, tenemos más expectativas de lo que nos presenta la realidad. A veces, generamos más expectativas de lo que entregamos. Es parte de vivir la experiencia del amor. Es en esta etapa que mentir es casi inevitable. Tanto para nosotros mismos, como para la otra persona.

Con la madurez, es necesario escoger mejor. Sabemos mejor – o deberíamos – lo que estamos dispuestos a dejar por una relación. Aprendemos que el trade off es parte esencial de un relacionamiento. A veces somos muy exigentes. A veces, el miedo a la soledad nos hace ceder mucho más de lo que nos gustaría.

Sin embargo, es en esta fase que conocemos las consecuencias de amar y no ser correspondido. De mentir y hacer sufrir la otra persona. Aún así, hay quienes alimentan su ego con los corazones que rompen por el camino. Que por conveniencia, sea financiera, emocional o social hacen que el otro crea en la durabilidad de la relación cuando ellos mismos saben que ya está terminada. Esto es lo que llamo de  amor liviano.

El amor liviano lastima porque ya existe un conocimiento anterior. Ni siempre sabemos si la relación es duradera. Hay muchos factores que pueden influenciar su futuro. Pero, cuanto más adultos, más obligados somos a conocernos. Una vez adultos maduros deberíamos tener el balance de vivir lo que queremos y poner atención a las expectativas de la otra persona. Entender que también es nuestra responsabilidad si el otro queda lastimado. En esta fase de la vida, ya sabemos lo que es una decepción. Por más ligero que pueda ser el amor en la madurez, debemos lidiar con las marcas que dejamos en la otra persona con responsabilidad.