Escuchando a una amiga, empecé a pensar en la diferencia entre el amor entre personas maduras y en el amor entre quienes aún no han madurado. En este análisis, la madurez no tiene nada que ver con la edad.

Para mi, uno de los pilares de la madurez es la capacidad de independencia. En una relación romántica, considero relevante que exista conciencia de que es posible vivir sin la persona que se ama. Es más: es posible ser feliz sin ella. No será el mismo tipo de felicidad – cada amor es diferente – aún así, puede haber felicidad.

Quizás se sienta una eterna nostalgia del amor que podría haber sido; pero eso no es un impedimento para seguir viviendo, consciente de que otros amores llegarán. Unos más intensos; otros más placenteros y cómodos. Mismo en los casos que hay clareza de que el gran amor de la vida se fue y ya no va a regresar, la posibilidad de ser feliz es real cuando existe una relación de independencia con quién se ama.

Muchas personas confunden el amor o lo practican como interdependencia y pasan a existir a partir del otro. Viven la vida del otro, practican los mismos deportes, valoran al mismo tipo de diversión, empiezan a vestirse como se les dicta el ambiente del otro…y poco a poco pierden los rasgos de su identidad. Buscando, casi desesperadamente acoplarse al ser amado. ¿Será que es miedo de perderlo? ¿O son las ganas de ser alguien que no es?

No importa el motivo, cuando este tipo de relación se establece, uno puede hacer de todo para no perder a su gran amor. Y a cada detalle que cede, pierde fuerza de negociación y de ser quién es. Se enreda en una bola de hilo sin fin. Refuerza la creencia que sin este amor, no se es nada. Al llegar a este punto, de perder la identidad, ¿que es lo que queda? En mi diccionario del amor, amar profundamente no significa dejar de ser quien somos. Por que a final de cuentas, un amor que nos obliga a dejarmos de ser quien somos, ¿ a quién ama? ¿A nosotros o a la idea futura de lo que seremos?