Sao Paulo, Julio de 2017. Mientras escucho una conocida de 22 años que me habla de su reciente historia, es imposible no relacionar a las historias que he escuchado en el nordeste de este gran y único país.  El hecho de seren mujeres del nordeste del país, región conocida por mantener características machistas, el coronelismo y todas las formas que componen el sentido del Poder Sobre, que describo en Movimientos Humanos – Poder Isonómico; ayuda a comprender y justificar las historias que he escuchado. ¿Pero, en Sao Paulo? ¿2017? ¿En un ambiente con personas de buen nivel intelectual y educativo? ¿Cómo es posible?

Vamos a la historia: mi conocida se acaba de separar. Con un hijo de un poco más de un año, tomó la decisión cuando entendió que en lugar de tener uno, tenía dos hijos, el pequeño bebé y el esposo.  Ella ya vivía en una relación en que le tocaba ser la adulta de la pareja. Es cierto que eso no era novedad. Es cierto que su madre le había avisado y alertado muchas veces sobre eso y aún así se casó. Joven y apoyada en sus creencias limitantes, que excusan a los hombres de sus irresponsabilidades, pensó que el esposo iba a cambiar con el tiempo – o quizás que ella lo cambiaría.  La situación empeoró cuando nació el hijo. Jóvenes, clase mediana baja, estaban luchando para crear su patrimonio y construir un futuro. Es difícil empezar la vida, todos los que ya pasamos por este momento lo sabemos bien. Con un recién nacido en casa, es aún más difícil. Los costos son altos. La dificultad de organizar la vida, las tareas, la falta de libertad, común en cualquier inicio de relación, queda aún más marcada. Aún así, es necesario continuar, ¿no?

Recuerdo que un día ella me comentó que el ex esposo  – me pidió que fuera más exacta -, le había dicho que querría comprar una tabla de stand up paddle. ¿Cómo? La casa era rentada, tenían dificultad de pagar los costos del coche, tenía un trabajo recién conseguido – por ella – después de meses sin empleo, la primera cosa que él quería hacer con su primer salario era comprar una tabla de stand up paddle. Entiendo. Hace bien respirar profundo.  

La vida siguió y yo dejé de verla por unos meses hasta el día que nos encontramos y me dijo que tras este nuevo trabajo pasó a salir de noche, a tomar, a llegar tarde en casa. Gastar el dinero que les hacía falta en la casa. Las discusiones aumentaron, pero la punta del iceberg, según ella, fue él no haber dormido en casa y aparecer en el día siguiente, en el medio de la tarde, como si nada hubiera pasado.  En la segunda vez que esto pasó, mi conocida le pidió que saliera de casa. Estuvo difícil, pero lo hizo. Claro que, aunque tenga trabajo, no ayuda con los costos del bebé, y asume la posición de ofendido en la historia.

La inmadurez masculina es conocida. Algo hacemos como sociedad que seguimos creando hombres débiles para asumir responsabilidades de hombres adultos. Y peor, alimentamos este comportamiento manteniendo la creencia de que los hombres son así y con “tu manera de ser – mujer – puedes arreglarlo”, como si la falta de carácter del hombre fuera responsabilidad de la mujer.  Sin embargo, lo que realmente me llamó la atención y me llevó a otro estado de conciencia – e indignación – es que su decisión, que obviamente no fue fácil, no fue apoyada por la familia, especialmente, por quien debería ofrecer más apoyo: las mujeres de ambas familias. Al contrario, hoy ella está sufre presión para regresar con él, sea porque la familia tiene que ser preservada a todo costo – y la mujer honrada lo tiene que aguantar – o, sea porque él es joven y hombre lleva más tiempo para madurar y es tarea de nosotras, mujeres, aprender a lidiar con eso.

¿Qué es lo que hace con que las mujeres no apoyen o respeten la decisión de otra mujer – más bien, una casi niña? ¿Qué es lo que hace que las mujeres acepten y de cierta manera cobren que las otras acepten la sumisión, la agresión emocional que nos acompañan por siglos? ¿Nosotras mujeres no deberíamos ser las primeras en defendernos, unidas, para que la maldición de la falta de respeto sea rota? ¿Por qué alimentamos la creencia limitante de que el hombre es más inmaduro, que por ser joven, tiene que vivir con más libertad? ¿Será que nosotras mujeres, si en realidad somos más maduras, no lo somos por que nos fue enseñado a enfrentar la vida de frente sin tantas quejas?

¿Por qué, nosotras mujeres, queremos que los hombres sigan así? ¿Cuál parte de nuestro ego es alimentado por mantener a los hombres en esta etapa de estancamiento emocional, ya que somos nosotras las que creamos a estos niños-hombres? ¿Por cuál tipo de familia – y aquí hay que poner atención en las religiones que sin querer divulgan estas creencias limitantes – las mujeres deben soportar esta humillación y falta de respeto? ¿No sería más perjudicial para todos los miembros de una familia, especialmente los más jóvenes, convivir con la falta de respeto, la infelicidad y humillación? ¿Este es el ejemplo que queremos dar sobre lo que es una familia, una mujer y un hombre?¿De lo que significa ser padre y ser madre? Estoy de acuerdo que los enlaces están débiles y por poco las personas rompen relacionamientos sin intentar abrir espacio para la tolerancia, para ceder espacios, para pensar en los hijos y en el bienestar de la familia. ¿Cuál es el límite sano para todo eso?

Hay una anécdota que debo compartir para reflexionar sobre cómo cargamos creencias arcaicas con nosotros: en una discusión, su madre relacionó el comportamiento del muchacho con el hecho de que mi conocida no le preparaba la cena.  Me quedé pensando ¿cuál es la relación de la cena con su carácter? O ¿Será que para esta madre, este tipo de comportamiento masculino es considerado normal aunque esté equivocado? ¿Qué es lo que hace una madre ver a los ojos asustados y desolados, como los que traía mi conocida, y negarle apoyo emocional en un momento de tanta fragilidad?

Como padres y como adultos que inspiramos vidas, necesitamos reflexionar sobre cuáles valores y creencias estamos transmitiendo para las próximas generaciones. Que la vergüenza y tristeza de ver nuestros hijos separados, que el hecho de haber pasado por situaciones difíciles de subyugación en una época de poca apertura, no sean mayores que el amor de verlos sanos, respetados y felices.