Estoy volviendo a la actividad esta semana después de un mes. En principio estaba de vacaciones, pero el destino quiso que me tuviera que despedir de mi madre, Mamita, como la llamábamos en casa. Falleció el 25 de Junio, después de casi 3 años difíciles durante los cuales, más de una vez tuve el privilegio de aprender de ella.
En agosto de 2011 mi madre se presentó en nuestra casa de repente. Sin previo aviso. Había tenido un accidente doméstico y pasó de ser una mujer que vivía sola y con mucha independencia a ser una persona totalmente dependiente, sin ninguna libertad.
La llegada de Mamita a nuestra casa causó un revuelo en nuestro hogar y en nuestra familia. Todos sufrimos ese impacto. Fueron meses difíciles de adaptación, no solo debido al cambio drástico de la rutina sino también por la pérdida de casi toda la privacidad al tener la compañía continua de una cuidadora o enfermera –ángeles que nos ayudan- que, al estar en casa, no acompañaba solo a Mamita sino a todos nosotros.
Durante un tiempo imaginamos que mi madre iba a mejorar y con ello ganar más independencia y, quien sabe, hasta volver a casa sola otra vez. Nada más lejos de la realidad. Su estado de salud se fue complicando cada vez más. A medida que iba siendo evidente que ella se iba a quedar para siempre, fueron surgiendo en nuestra familia sentimientos y actitudes y, por supuesto, en ella también, ya que era la más afectada de todos.
Quiero decir que considero fantástica la experiencia que vivimos. De una grandeza sin medida. Obviamente no fue fácil. Pero para quien está abierto a autoconocerse, reflexionar y buscar la evolución, es un maravilloso PHD.
El primer punto que me gustaría compartir es la reflexión que nos causó la pregunta de un sabio amigo al oír nuestras quejas sobre lo que estábamos perdiendo: “¿Qué sentimiento es ese que no es capaz de ceder a la compasión y acoger a una persona en el final de su vida?”. Egoísmo e individualismo, respondo hoy. Sin duda. Esos sentimientos que nos hacen colocar en la primera posición a nuestro yo con sus exigencias, deseos y creencia de que la vida nos debe pagar y que por ello pasamos por ella exigiéndole más y más. Al tener nuestros espacios ‘invadidos’, los planes y agendas modificados, los momentos de descanso alterados y disminuidos, podríamos llegar a una situación muy problemática, insoportable para algunos si no hubiese compasión y comprensión del momento del otro, de la persona que está perdiendo más, el anciano.


El segundo punto es nuestra cultura y aquí voy a tratar de la cultura brasileña específicamente, porque percibo diferencias en otros países latinos, que da mucha atención a los niños y poco a los ancianos. Cuando vemos un niño nos maravillamos y nos embobamos con la contemplación de una vida floreciendo ¿Y nuestros ancianos?
¿Qué sentimos hacia ellos? Tal vez nos reflejan nuestro futuro. Creo que no queremos mirar ese futuro. Pero los ancianos están ahí, cada vez viviendo más y mostrándonos que más tarde o más temprano llegaremos también.

El tercer punto es el intercambio de papeles: tú dejas de ser hija para volverte madre. Y ello implica imponerse, dar órdenes y, depende del caso, sin demasiada negociación. Creo que esta es una de las mayores dificultades para ambas partes. Es imposible no equivocarse en la dosis; a veces se cede más de lo que se debía –y enseguida las consecuencias, en este caso físicas, se hacen presentes- o se toma una actitud demasiado rígida que hace que todo se haga muy duro y difícil. Asumir que ahora eres tú la responsable de tus padres –con todo lo que ello representa- no es fácil. En esa fase me ayudó mucho interiorizar el concepto de devolver el amor y la dedicación recibida. Juntando esto al primer punto, intentar disminuir el egoísmo y la importancia que te das a ti mismo, considero que es uno de los mejores y más bonitos aprendizajes que tuve. Es cuando te dispones a amar sin pedir nada a cambio.

El cuarto punto es comprender que el amor y la dedicación que se da es por propia decisión. El ideal de familia nos dice que todos estarán unidos para colaborar en igual proporción, distribuyendo la dificultad y el trabajo. Pero eso es una ilusión para la mayoría de familias. Cada uno se involucra en la medida en que está dispuesto y de acuerdo a su grado de comprensión y desarrollo humano. Y lo que ofreces de atención, amor, dedicación, trabajo… solo te pertenece a ti. Cuando comprendí eso, todo se hizo más amoroso y fácil de tratar.

Una vez una prima escribió, cuando su madre pasó por una grave enfermedad, que era como si su vida hubiese parado. Hoy sé perfectamente lo que eso significa. Mi vida no paró, pero se cerró, se restringió. El desgaste emocional y físico es más grande de lo que conseguimos comprender. Al final de la vida no se puede planificar ninguna rutina porque van surgiendo nuevos cuadros. Aprendí sobre muchas enfermedades y secuelas que es capaz de generar el cuerpo en ese proceso  y también, claro, la cantidad de productos y servicios que existen para eso. Era un mundo que desconocía completamente y de repente estaba sumergida en él sin mucho tiempo para raciocinar. Eran como oleadas que venían sin descanso. Y no solo siete olas…
Pero el quinto y maravilloso punto de la larga reflexión que hoy me permití –disculpen – es el que considero más importante: el profundo ejercicio de amor que mi madre y yo realizamos durante ese tiempo divino. Aprendí en el Proyecto Mujeres que las relaciones madre-hija no son siempre fáciles o resueltas. Después de ir trabajando los puntos que he ido mencionando arriba, medio conscientemente, medio inconscientemente, fue apareciendo la comprensión de que mi madre y yo teníamos una oportunidad única de poner nuestra historia en orden y de curar heridas, incomprensiones, malos entendidos y practicar algo que siempre existió entre nosotras dos: el amor.
En el último año y medio de vida de mi madre, si por un lado su salud empeoró considerablemente e hizo que mi vida se convirtiese en un constante sobresalto, por otro, nuestra relación fue solo amor y ternura. Entrega genuina, por ambos lados. Yo vivía agradeciendo la oportunidad que tenía de dar amor y retribuir amor que había recibido de ella. Entendí a mi madre como mujer madura, sus decisiones, sus elecciones. Puedo no estar de acuerdo con ellas, pero respeto y admiro el coraje que tuvo siempre en seguir adelante.

Gracias a Mamita y a ese tiempo intenso que vivimos juntas hoy veo la vida de otra forma. Consciente de que el único arrepentimiento que queda en nuestro corazón cuando perdemos a alguien a quien amamos profundamente, es el amor que no fuimos capaces de dar. Un legado más de mi madre para mi vida.

Durante los 3 años, Mamita cuidaba y observaba atenta para
esta rosera que insistia en no dar sus rosas. 
Hasta que un dia brotou esta linda, grande y perfumada
rosa branca. Vino especialmente para dejarla feliz.


Debido a la repercusión que el post original tubo cuando publicado en portugues, el dia 7 de julio, decidimos traducirlo para el español.